martes, 30 de abril de 2013

Milagro y tragedia.



Tragedia consecuente de felicidad,
la calma que asecha a la tormenta,
que levanta los puñales del suelo,
para preparar una masacre cruenta
al que en la luna busca consuelo.

Una lagrima se seca en una sonrisa,
la carcajada se silencia en el llanto
del recién nacido que siente la brisa,
cuyos sollozos son el eterno canto
de una madre sentada en la cornisa.

Un beso germina donde lo planto,
como un amigo que consuela
el recuerdo que duele tanto,
y sigilosamente se cuela
en la mirada mártir del santo.

La felicidad consecuente a la tragedia
amansa la negrura de los cielos,
ondea la bandera del nuevo día
desplaza la oscuridad de los celos,
encuentra una oportunidad a la alegría.



Eduardo Pérez

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