miércoles, 20 de abril de 2016

Amorte



Esta es una historia sobre progreso, caos, violencia y desamor. Sobre una lluvia diáfana que cae del cielo para mojarlo todo sobre las cabezas de quienes claman desesperadamente por refugiarse de la humedad. Es la historia de quienes viven esperando no mojarse bajo la vorágine de la existencia. 

Lo mas crudo y real de cada historia, es que comienza con una separación, sea de dos paginas que se abren para liberar las letras enjauladas a la mirada de un lector, sea de la cría que se separa del vientre de su madre para empezar esa trillada historia que todos repiten y que algunos osan llamar vida. Sea en este caso con un muchacho no mas joven que tu, tampoco mas anciano, que se separa definitivamente del amor.

Las circunstancias de esta separación puede que nadie las tenga claras, puede que este muchacho lo halla decidido, puede que de hecho - Y seguramente algunos se empeñaran en esta versión obstinadamente - nunca se haya alejado demasiado de ella, pues es algo que por lo general todos apreciamos mas que nada, es ese algo que no renuncia a nosotros por mas que nosotros renunciemos a él, salvo cuando de hecho llega a hacerlo. Por que el amor no es solo un enamoramiento, una relación con una persona, con una meta, con una idea, con ese no se que, ese que se yo. Es un vinculo que lo ata todo, tan fuerte y tan estrechamente que aveces nos parece que todo esta muy lejos y nos sofoca de manera tan exacerbante que nos sentimos solos. 

Sea como halla sido - Tal vez, quien se repite estas palabras lo sepa bien - fue. Y aquel muchacho que en aquel entonces deambulaba por deambular, como alguien que lo ha perdido todo, aunque concretamente nunca tubo nada. En su deambulación sus pasos pisaban las mismas losas de concreto sucio de CO2 y vino Moscatel burdamente derramado, y sus ojos recibían la misma luz del mismo sol que lo acompañó siempre desde su primera separación. Pero ya nada era lo mismo. Sus pasos ya no pisaban y la luz ya no lo tocaba verdaderamente, incluso la oscuridad parecía omitirle en su negrura. Él estaba ahí, pero no había nada que probara su existencia. 

De todas las personas que han perdido el amor, él no fue el único en no intentar recuperarlo. Durante días se levantaba de su cama con ese único propósito, pero al despertar sus parpados dejaban de abrazar sus ojos. 


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Al final nos encontramos con la verdad, en el momento de nuestra muerte, somos como plantas y carece de sentido el temor a ser enterrados ...lo hemos estado toda nuestra vida, en nuestras ilusiones. 




Eduardo Pérez

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