La vida en la que vivimos suele estar soportada sobre una amplia estantería de ideas, que más que individuales suelen ser colectivas, de expresiones lingüísticas que les ayudan a los seres humanos a entenderse entre sí, y les vincula a los unos con los otros con la fuerza de un grillete, que por otro lado, asegura que nadie vuele demasiado alto… para protegernos tal vez, de caer desde algún lugar demasiado peligroso. Cuando se rompen estos grilletes, es cuando nos damos cuenta que comienza una historia.
Fue un día habitual, rutinario como el de cualquier persona del común, sentía el agotamiento profundo de sus labores diarias, había caído la noche y finalmente se encontraba frente a la puerta de su casa. Entró sin más al confort de su celda voluntaria, observó cómo cada día a los habitantes que consigo permanecían encerrados, también encadenados invisiblemente por los grilletes de su cotidianidad. Como de costumbre les dedicó los correspondientes momentos de ritual interacción, todo era tan habitual que le generaba tedio. Terminada su inamovible rutina, se encontró con la única aunque ligera sensación de libertad que se le permitía diariamente, que como es humano esperar decidió dedicar al ocio.
Notaba cada detalle de la vida de los demás, ligeramente plasmada en una pantalla de un tamaño tan pequeño que parecía hacer que el mundo se encogiera en torno suyo, el ya extraño aroma de las plantas, los sabores flotando sobre el pavimento, los colores y las formas de las letras, se encontraban homogeneizadas, el mundo antes de diversos caracteres, se había reducido a un intercalar de blanco y azul, la rabia, la tristeza y el dolor parecían marginados a la indiferencia, y la idea eterna de la felicidad, se habían reducido a siete infernales letras. Me gusta. El mundo había sido privado de su espíritu, las emociones erradicadas, los medios de comunicación más que informar, generaban ignorancia y las personas deambulaban de un lado para otro, sin notar siquiera los rostros de aquellos que compartían sus caminos, caminos a los que les confiaban ingenuamente sus pasos, ignorando completamente quienes, o con que motivo les habían trazado.
El aire se tornaba denso, el sentimiento de represión era demasiado pesado, una cantidad incontenible de pensamientos llegaban a su mente, por primera vez desde hacía ya tanto. Solo le quedaba un escape, un único lugar donde aquellos pensamientos podrían volar sin volarle la cordura al hacerlo, el sueño, un lugar donde los pensamientos más brillantes vuelan tan alto, que se pierden para jamás regresar. Con la disposición de presionar el botón de reset emocional que todos los humanos presionan al poner la cabeza en la almohada, se tendió boca arriba en su cama. Su techo seguía siendo el mismo de siempre, sus mantas conservaban aun el suave aroma de la noche anterior, pero algo dentro de si había cambiado, había algo que no sentía igual.
La oscuridad de su habitación parecía materializarse en una humareda espesa que se arremolinaba entorno suyo, caras de personas desconocidas parecían hablarle desde detrás de un velo intangible, y un fuerte deseo por superar ese velo que le ofuscaba, se apodero lentamente del aire que llenaba sus pulmones, una sensación de ardor le lleno de esperanza –el velo somos todos- escuchaba con su propia voz una y otra vez. Súbitamente una idea demasiado fuerte se apodero de su cabeza, una idea tan loca que solo podía tener sentido al ser un recuerdo; se vio yaciendo en la hierba con una sonrisa en la cara, disfrutando ingenuamente de una nada aparente; poco a poco su entorno fue adquiriendo forma, los arboles crecían a su alrededor los estados prístinos de su mente se levantaban de sus tumbas, la inocencia de los infantes se apoderaba de su capacidad de comprensión, y por primera vez desde el instante en el que sucedió (de haberlo hecho) este recuerdo, sintió ser feliz.
El mundo parecía brillar, todo era dicha y alegría a su alrededor, había olvidado las sensaciones de la vida que ahora llenaban su cuerpo de adentro hacia afuera. Escuchaba el maullar cariñoso de un gato, las risas jocosas de los niños, el mundo flotaba sobre un coro celestial, andaba sin rumbo, exploraba lo desconocido, los caminos se habían borrado, los colores habían reemergido, no conocía celdas ni limitaciones, y en cada esquina encontraba una cara nueva a la cual saludar. Las lágrimas brotaban impasiblemente de sus ojos, sin herir sentimiento alguno, y liberaba sin pausa una carcajada incontenible que llenaba al mundo de música…
Poco a poco las risas fueron callando, las nubes llegaban asfixiando el fulgor de su mundo soñado, tras sus pasos la tierra se hundía desgarrando la hierba, desangrando la tierra con grises caminos. Los rostros amables se tornaron hostiles, su tez palidecía y su semblante se aplanaba. La ambición que ahora llenaba al mundo, le comprimía lentamente, como brazos avaros que se esmeran por abarcarlo todo, a una pequeña y aun ligeramente brillante caja de no más de 30 pulgadas. Los colores poco a poco envejecieron y las risas, los brincos alegres y la calidez de los apretones de manos, se congelaron hasta terminar de un raído color blanco y azul.
Abrió sus ojos, tratando como siempre de superar la ceguera matutina, causada por el diáfano destello de sol, que acostumbra filtrarse entre sus cortinas para despertarle. Esa mañana le traía una sensación algo confusa, que por más vueltas que le daba a su cabeza no lograba recordar, le llenaba un profundo agotamiento, como si algo le faltase.
Asumió no haber dormido bien una vez más…