miércoles, 26 de junio de 2013

Cuando el amor se va



¿El amor se fue... ? 

¿Y que pasó?

¿Fue la ráfaga de una ilusión tardía?¿El lamento que por fin alguien escucha?¿El eco de un grito de añoranza?

¿La mentira que engañaba al que no escucha?

El amor es una flor que se corta para llevarla a casa, simplemente demasiado hermosa para que no tratemos de llevarla con nosotros. Recogemos el amor para condenarnos a verlo marchitar, para sufrir dándole cuidados, prologando su existencia fatídica.

El amor es algo hermoso que debería durar para siempre, pero aún así no lo hace. Como la estrella mas brillante, se apaga... y su brillo continua en la noche de planetas lejanos, pero lejos de nuestros ojos. 

Solo hay oscuridad después del amor. Un vacío insondable, un frío paralizante, dolor. Que no es dolor sino un profundo sentimiento de perdida. Pero nada duele mas que la sensación de perder algo a lo que nos aferrábamos con fuerza, si el muerto sintiera, desearía morir de nuevo por el suplicio de haber perdido la vida. Si el amante perdiera el amor preferiría matar la muerte para sufrir la eternidad, esperando en algún momento encontrar en algún lugar del vacío, un pedazo del brillo difuminado tras los eones, de la estrella que alguna vez amó.

Y tu, que amas ¿morirías? ¿te rendirías como los cobardes que se suicidan ante la lucha imposible? ¿Como aquellos que escapan al ver que la flor requiere de muchos cuidados? y prefieren conformarse con los recuerdos de algo que alguna vez fue bello, o con los anhelos de aquello hermoso que pudo ser.

El amor en los recuerdos, no es amor, como el brillo de la estrella infinitamente lejana, no es una estrella.

Amar, y perder con el amor, un pedazo de ti mismo, un pedazo de las tierras fértiles del corazón que alimentaban y nutrían una rosa blanca y perfecta.

Amar, y perder la cordura dando un paso mas en el abismo.

Amar, y desear con todo el corazón jamás haber perdido.

Amar, para perder, y desear encontrar de nuevo el amor. 

La única razón que tenemos para amar es el amor mismo. Dejar de ser una planta rodante y echar raíces al lado de una flor, y saber, que aunque nuestra sombra termine por matarla, su cadáver será nuestra tumba. Y así volvernos tierra fértil a su lado, para alguna otra flor que enamore a algún otro desprevenido.